viernes, 28 de mayo de 2010

Algas para la memoria



Y agarró fuerza. No supieron cómo, pero ese mar antaño calmado y a veces medio agitado, se convirtió en un gran cuenco que se derramaba sobre la playa. Llegó entonces a la casa de Mormor, que ese fin de semana tenía a su nieta Magui con ella.
Durante la noche, el viento azotaba la única ventana que daba directo al mar. la casita ólo la separaba una cerca oxidada de la playa. Desde la puerta de entrada se veía la playa y, arena de por medio, las otra casas que, esas sí estaban construidas en alto, sobre una de piedras. En sentido contrario al mar, hacia el desierto, estaba el Trailer Park. Unos metros más adelante, cerros rodeados de desierto.

Me querías para ti, sólo para ti, y en esos esfuerzos que hiciste por llevarte mi cuerpo, terminaste abarcándome toda, sin cuerpo, sólo en mi memoria, en mi dormitar.

La casa blanca de bordes azules no quería alturas, quiso estar a ras del mar. Por eso las olas la atacaron primero en esa gran tormenta de septiembre.No les gustaba esa irritante cercanía, esa intromisión en los asuntos íntimos. El mar susurra secretos de noche que sólo quiere que sean escuchados por las gaviotas o por los enamorados que yacen escondidos en la arena tibia. La niña los escuchaba desde su recámara, la única en la casita, cuando abría las ventanas de madera cubiertas con mosquiteros también ya oxidados. Los suspiros de las olas al regresar frotándose sobre la arena, así como el chasquido leve entre los caracoles vacíos de las orillas al acompasarse con el agua calmada, ida y vuelta, eran los sonidos más bellos y subyugantes. Magui los entendía.
En Kino Nuevo estaban las casas de los ricos de Hermosillo y de los gringos que pasaban en ese pueblo los inviernos. El resto del año casi siempre las veían vacías.
Ese no era el caso de Mormor,“mamá de tu mamá” en sueco. Recién llegó de Suecia, decidió irse a vivir al mar, cerca de su única y adorada nieta que vivía en la capital con sus padres. La casa que rentaba estaba nueva, y el primer año que la habitó resultó perfecta.
La niña no sedejaba devorar por la fuerza del mar. Su abuelasabía cúando metersemar, sabía resistirlo. La niña era frágil, ella lo amaba pero también desde muy pequeña aprendió a temerlo.
Desde el día anterior,al mar lo trae desgreñado esa fuerza intensa del viento, lo empuja a subir la arena amarilla, a traerse las algas arrancadas hacia las olas, cada vez mas grandes.ese mar lehace falta ella.
En la noche el rumor se siente muy cerca, las olas azotan con furor la playa cada vez más cerca de la reja quelo separa decasa.
Al llegar la madrugada,sube ayudado por la ira del temporal, por el caos. Sube por la arena, sus olas quieren alcanzarla. No esta lejos, la casita contiene a Magui, él la había escuchado por las ventanas, y hacia ella se dirige.
Rooooaaaar….. jiiiiiiisssss……..rooooaaaaar el agua alcanza el cerco, otra ola rooooaaaaaar y llega a la puerta. jiiiiiisssss la quiere atrapar, su abuela está con ella, el mar la ve desde la espuma algosa y llena de arena, ella trae sus pantalones cortos, el cabello despeinado, con dos restos de trenzas en la nuca. Mormor, su pijama de franela blanca, la agarra del brazo,el agua revuelta entra por la puerta,las toma de los tobillos y les llega a las rodillas. Mueve las sillas, se sube a la cama, pero jiiiisssss debe regresar, intenta de nuevo entrar con más fuerza. Se la quiere traer consigo, succionarla con la fuerza de regreso, pero la abuela la detiene.Salen por la puerta se dirigen hacia arriba, hacia la calle, suben por la ladera que hace de cochera.
Roooooaaaaaar, llega al techo la gran ola, la niña alcanza a subir por la cuesta de arena y piedras, mar inunda la casa con su fuerza, pero se escapan. Siempre quiso tragársela viva, para que formara parte de su sal, de las rocas, de los peces, erizos, almejas. Pero no pudo arrancarla del brazo de la abuela, jiiiiiiissss, remoja los muebles,atora la silla en puerta y baña las paredes de la casa con su enojo, absorbe el olor infantil en las muñecas que sí alcanza a arrastrar hasta su seno.
El mar ve a Magui que, hipnotizada ante sus estruendos, se detiene por un momento, junto al camino.Jiiiiiisss. Su abuela la sacude, carga su bolsa en una mano y con la otra la toca en el hombro y le dice despierta, mijita, ven conmigo, allá está cerca el cerro, mira el camino.
Más furia, , vuelve sobre el techo, es inútil, jiiiiiiissss, le cuesta darse por vencido. La niña, entre más crezca, más podrá resistirlo. Le deja en la casa pedazos de sus dentros, arena revuelta con algas y caracoles vacíos ofrendados de alguien que, rechazado, horas después se retira de donde vino.

He reconstruido lo que pasó, la historia que he recreado se ha tornado tan real que casi creo que lo que mi abuela me dijo, de que intentaste por llevarme contigo, fue cierto. Lo lograste. Te traigo tan hondo que cada vez que te siento, creo que sí me llevaste contigo.
Aprendí tu lenguaje, me quedé con tus secretos.
He recordado casi todo, helos huecos con mi imaginación. Pero lo creo tanto que ya es cierto, por eso certifico que lo que de contar es la marítima verdad.

Publicado en el libro  "De tejidos marítimos, viudas y tangas. Relatos" (2013), autoedición.

martes, 19 de enero de 2010

"Antes del Invierno", cuentos de Eric Nepomuceno.

Te acompañé, siempre, en tus esperas y en tus arribos a lugares antaño conocidos ahora cambiados. Busqué contigo a la mujer-niña delgada, de cabellos negros y ojos grandes, negros también. Sentí tu soledad, tu desasosiego, tu nostalgia por aquellos momentos que nunca fueron y que nunca vendrán. Tus adioses interminables, tus pueblos interminables, tu búsqueda por tu abuelo a través de alguien que lo acompañó y no te habló, aunque te reconoció.
Lamenté tu decisión, en parte involuntaria, por ser parte de la tropa rebelde, dizque revolucionaria, para atropellar vilmente a esa muchacha que se les atravesó por el camino. Lo mismo lamenté el atropellamiento de los rebeldes por parte de la tropa oficialista, en la que tú estabas presente. Rebeldes es decir una familia, niños incluidos. Qué lamentable naturaleza, qué dureza y qué animalidad el estar en una organización castrense, del signo que sea.
Me llevaste y me trajiste, me asustaste y, sobre todo, me dejaste con un sabor nostálgico en mi imaginación. Así debe ser el exilio, pensé; luego entendí que yo también soy exiliada de mi propia tierra y que por eso, antes del invierno, quiero ir y no encuentro el camino de salida.
Nepomuceno, Eric. Antes del invierno (cuentos) Martín Casillas Editores. México 1984.